miércoles, 19 de agosto de 2015

Disclaimer - Parte 1

El corazón me latía a mil por hora en la oscuridad. Había despertado con un humor de los mil demonios; como nunca, hubiese golpeado al hombre que tuviera enfrente sin darle un motivo. Encendí la luz y me destapé. Estaba completamente desnuda, pero era una de las tantas formas distintas que solía buscar para ver si así dormía. Me abrigué con lo que encontré y fui a la cocina. Llené el hervidor con agua y lo puse a hervir. Tantas veces he mirado con las luces del living de esta sucucho, mirando por la cortina entreabierta, escondida del universo, que hoy es un hábito. Traje todo lo que pensé que podía serme útil para escribir estas palabras, esta misma es una PDA modificada que tiene un código de encriptamiento automático tras finalizar cada documento, una taza de café hirviendo, tres cigarros de hace ya más de una semana, un cenicero e inciensos. Fui al patio también, prendí las luces, pero no recuerdo la razón de esto. Últimamente he comenzado a olvidar capítulos del día a día. La doctora Patterson dice que es un efecto secundario de la droga que nos meten, una inofensiva amnesia de breve plazo; intento no dar importancia a esa mierda. Me quejaría menos de no despertar con éstos dolores de cabeza. Pero lo que no he olvidado, lo que tiene mi alma llena de ira –si aún me queda alma- es la razón por la que desperté hoy. Precisamente hoy.

Los sobrevivientes de la guerrilla veníamos viajando en un pequeño, pero efectivo, vehículo que servía para extracciones de carácter urgente. A mi lado, estaba mi hermano, Ernesto, herido (pero consciente), cuatro soldados muertos y tres heridos. Finalmente subió el joven nuevo capitán. Era alto, de gestos demasiado calculados y memorizados. Había nacido para liderar, y todos habían nacido para confiar en él, pero yo tenía mis dudas. A veces, en la intimidad de mi memoria, dadas algunas circunstancias, yo hubiese podido ser mejor que él. Hubiese podido ser un poco más lo que Carlos quería de mí realmente.



Han pasado dos meses y medio y no lo veo desde entonces. No despedimos enojados, con él diciéndome que el trabajo que tenía no era el que esperaba, que podíamos hacer una vida normal. Es irónico, pero el exponer tu vida ante alienígenas extraterrestres preparados para el combate, caníbales de llegar a un cara a cara, es el mejor sueldo que ofrece el gobierno hoy por hoy. Y yo decidí hacerlo el día que me enteré de mi embarazo. No se lo dije. Una semana después tomé el transbordo militar, con Ernesto al lado –quien también dejaba a sus tres hijas y a su mujer- en dirección a los Campos Militares de Entrenamiento Inicial (CampEn). Una semana después, me convertí en una de los que más rápido aprendió la mecánica del traje que los americanos definían como “tecnología adaptada a la gravedad terrestre”. Una semana y tres días después, tuve a uno de ellos frente a frente. Tuve suerte que se comiera sólo dos dedos de mi mano izquierda, pues soy diestra, y puedo seguir usando la izquierda para sujetar mi metralleta de calibre de aguja con el mismo pulso de siempre. Diría que mejor ahora, incluso. Dos semanas después se murió la soldado más hermosa que conocí. Se estaba convirtiendo en una verdadera amiga. Mexicana, de las pocas que sobrevivió a las bombas aisladas estratégicamente lanzadas por esos hijos de puta. Su nombre era Mery, y su sonrisa chillona me animaba cuando en nuestras PDA se llenaba de actualizaciones negativas de porcentajes, cada vez menos esperanzadoras, del promedio de vida. Pero ella me sonreía. Mery cantaba con orgullo letras de himnos ya desaparecidos en la historia. Un día dijo, entre todo el sonido de mierda de maquinaria, de indumentaria armamentista, entre un polvo que olía a carne muerta, que mientras recordemos a los nuestros, nada de la historia desaparecerá. No supe qué pensar en el momento, pero ahora, mientras me traían devuelta a casa, pensaba en Carlos, y en la pequeña criatura que cada vez más crecía dentro mío. Después de eso, nos llegó un comunicado de urgencia: las colonias humanas en Marte estaban siendo invadidas. Apenas tocamos suelo marciano, uno de ellos, escondido detrás de una enorme roca, disparó a las piernas de Mery con el objetivo de inmovilizarla. El bastardo hizo un movimiento, una orden supongo, y un pelotón enemigo llegó a devorarla. Pedazo a pedazo. Ni siquiera intenté acercarme, el terror me consumió y apreté del gatillo en dirección de donde se enfocaba la mayoría de los disparos de los míos. Una ráfaga infinita de disparos en respuesta nos superó, poco a poco. El Teniente Allen dijo que nos retiráramos de forma escalonada mientras esperábamos por extracción aérea.
-¡Un minuto para la extracción! –anunció alguien.
Tenía a mi hermano justo al fondo de la hilera formada por tres hombres frontales y por cada ocho hacia atrás. En un momento pasó justo a mi lado con su arma enfocada en algún objetivo a unos cien metros, a las seis en punto, apenas visibles por el polvo color cobre rojo. De pronto, el suelo comenzó a resquebrajarse, un sismo de mediana intensidad, pero que se intensificaba cada vez. Detrás de unas montañas, una luz cegadora.

-¡Una de las bombas que usaron en la capital de Pacífico! –dijo Ramírez, el enfermero freak que se la pasaba leyendo conspiraciones en los blogs negros que era posible descargar para quien fuera curioso y tuviese el tiempo suficiente- ¡A éstos malnacidos no les importa eliminar a su propia especie!

-Es un Código Rojo, teniente –dijo Ernesto-.

El Teniente nos miró a todos, sin decir nada, pero justo en ese momento llegó la nave de extracción. Sin tiempo para aterrizar, lanzaron cables con nudos gruesos para la escalada. A la antigua.

-¡Ahí vienen! –dijo el Teniente Allen- ¡Sostengan la retirada en cadena cuanto les sea posible, maldita sea!

El enemigo no eran cientos; sino, miles. Y seguían viniendo, algunos disparando, pero la mayoría de ellos corría en nuestra dirección. ¿Es que, acaso, arrancaban también de la explosión? ¿En su desesperación, querían huir del planeta con nuestra propia nave?

-¡No hay tiem…! –quise decir, pero tierra se metió de lleno, por una pequeña fisura seguramente gracias a un impacto repentino, en mi boca. Comencé a ahogarme al instante.

Mi hermano me tomó mientras ascendíamos a toda velocidad. La nave realizó disparos teledirigidos múltiples, pero no era necesario. Una luz me cegó y giramos en dirección de vuelta a la Tierra. Adiós Mery…

Desperté al día siguiente con el cuerpo con moretones medianos y grandes en mi espalda, muslos y pecho. Las cámaras de conservación habían regenerado mi piel dañada, pero el terror seguía conmigo, y el dolor también. No entendí cómo sobreviví con mi casco roto. Los humanos teníamos la tecnología para curar heridas medias y graves, pero no podíamos curar el dolor. Aún no teníamos una cura para el cáncer, y se habían descubierto otras peores patologías, algunas, aún sin nombre. La guerra también estaba entre nosotros, nos moríamos y sin tener que disparar un arma. Irónico. Una enfermera, que usaba el típico traje contra infección biológica o “No-Terrestre”, me miraba a ratos cuando venía, pero no decía nunca nada. Una de esas mañanas quise romper el silencio, informándole de mi embarazo.

-Tuvo mucha suerte –me interrumpió antes de poder decir algo. Sonrió-. Pero estará bien.

Luego, un pinchazo de casi cuatro centímetros. Después, nada. Sueño profundo.

Al día siguiente llegó el Comandante Marcel Rick, quien había sido enviado por los gringos para formar parte de la estrategia y apoyo para las capitales de cada nación que aún contaba con cadena de mando en la Tierra. Tenía más de sesenta, según todos, pelo grueso negro mezclado con canas grises y de mirada seria. Su acento, resultaba en un extraño español.

-¿Cómo se encuentra, soldado? –dijo, al tiempo que miraba mis ya ausente heridas.

-Estoy bien, señor. -respondí.

Asintió, apenas. Otro hombre, vestido de completo azul, que cargaba una bandeja metálica, dijo:

-Cabo de primera García M. Ricarson, por su valentía en la colonia de Marte, ha sido usted merecedora de la meda…

-Deja esa mierda para después, Álvarez –dijo el Comandante. Se volvió hacia mí-: ¿Se sientes lista para un paseo al Crusania? Tras la muerte de muerte de Tovars, la he ascendido a capitana de la Unidad 1984, "Los Malditos".

-Por supuesto, señor.

-Es una gran responsabilidad, deberá tomar las mejores decisiones en las peores situaciones. Muchos de sus hombres morirán en combate.

-Sí, señor.

¿Crusania? El pequeño planeta había sido colonizado hacía solo nueve años y estaba fuera de nuestro sistema. Me alejaré aún más de Carlos, pero vendré con la criatura dentro de mí. Es posible que no lo conozca jamás… es lo que me digo cuando quiero fumar.

Mañana partimos a primera hora.





FIN 
PARTE 1

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