jueves, 4 de diciembre de 2014

A un Paso

Nota: de este corto relato es probable que haya nacido parte del relato No Existe el Perdón. Siendo sincero, sólo hace treinta minutos y tras revisar y estar editando viejos textos, entro en cuenta del detalle.
Paul Eric.




Sólo en su mente estaban sus nombres, los de su esposa e hija. Ahora, no era capaz de pronunciarlos; tomó la decisión de disparar en sus cabezas. Tuvo la valentía, en ese momento, pero —ahora— no se atrevía a llamarlas. Resultó curioso: en sus muchos años de servicio no se atrevió a disparar un arma. Y en éste momento estaba con escopeta en mano, pasmado, seducido e hipnotizado al ver la mezcla de sangre roja —casi negra— con colores blancuzcos y amarillentos que, en su ignorancia, dedujo como materia gris. Por delante, el rostro de su pequeña hija, era un forado de varios centímetros donde los ojos (antes de un verde claro) se mezclaban ahora con sus labios podridos y un grueso hilo de baba que no terminaba de caer en la alfombra de la habitación. 

La imagen de su mujer era completamente distinta, pues el disparo fue certero y toda perfecta facción hubo desaparecido. Sólo en el muro de colores rosados y lilas, con dibujos infantiles, quedaron las huellas del asesinato: un enorme chorro de sangre estaba por encima de todo. Un ojo estaba allá lejos, en la esquina, a un costado de la pequeña cómoda; con repugnancia reconoció que pertenecía al cadáver de su mujer. Sin embargo, con dificultad, se tragó el asco, después de todo ya estaba hecho. Sólo faltaba él. 

Tanteó el bolsillo derecho de sus pantalones de tela negro y sufrió un escalofrío que recién en ese minuto le hizo dar cuenta de lo fría que estaba la habitación. ¿Cuántas pastillas habría en la caja? No importaba, las tragaría todas. Miró los cadáveres que tenía enfrente y que, de alguna manera, quedaron lo bastante juntos como profesando su amor ante la amarga, ingrata muerte. Tuvo tiempo para pensar si sería posible que un cuerpo inerte pudiera sentir amor. Ridículo, concluyó. 

Lágrimas se dejaron caer por su rostro de barba desordenada. Se quebró, y con esa mezcla de sentimientos de culpa y temor absolutos, comenzó a tragar una a una las pastillas. Luego lo hizo de a dos, tres…

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