jueves, 7 de abril de 2011

El sir que volvió a decidir


Un grupo de unos veinte soldados, vestidos de traje largo y máscaras de cuero negro, se habían alejado del pueblo para terminar una tarea que había sido postergada por darle prioridad a la democracia que exigían algunos hombres.
Tal cosa como decidir dependiendo de lo que dictara la mayoría era un asunto nuevo en Jorn, pero tras la delicada enfermedad del rey, y a falta de un heredero digno, fue el propio sir Ricardo —general primero al mando del ejército del oeste— quien ordenó la ejecución.

La decisión jamás fue fácil, ni se jugó con ella. Pero las personas mantenían una suerte de distancia con la poca confianza que quedaba en un rey deficiente. Ricardo debía demostrar su fidelidad hacia el pueblo, y ésta sería una oportunidad única. Quizás ocultaba propósitos más íntimos para cuando no hubiera gobernador alguno.

El momento había llegado. De entre aquella veintena de soldados, había dos que eran reconocidos por conocer métodos de tortura especiales para infieles al rey. Se les conocía como carniceros. Era sabido de su abuso con niños y de no mostrar piedad frente al perdón. Pese a todo, pese a ser bosta en el andar, eran parte del ejército. Hombres de bien o no, habían luchado y sido parte de batallas en días antiguos.
Con aquellas mujeres, acusadas de ser brujas por la práctica de magia negra, se darían un dulce festín. Todo frente a otros jóvenes soldados que serían testigos afortunados de cómo se debían hacer las cosas.

Cuatro eran las brujas—atadas de cuello, manos, y pies contra árboles—. Sir Ricardo indicó a la primera con el dedo índice, sin demoras.
—¿Algo que decir antes de tu muerte? —preguntó.
La mujer, que intentaba no derramar una sola lágrima, pedía piedad. Pero tal cosa era como un manjar para los carniceros que ahora se prestaban con hachas por orden del sir.

El resto de los hombres siguió con la vista la cabeza de la mujer que rodaba, lento, tal piedra lanzada a medias, hacia sus pies. Varios sintieron repugnancia y un miedo repentino.

El sir indicó a las siguientes, esta vez sin dar derecho a palabra alguna. Parecía querer acabar rápido con el trámite. Los carniceros se acercaron a ellas. Tras discutir quién acabaría con la más anciana, se acomodaron. Ellas, desesperadas, miraban al hombre que daba la orden. Ellos sonreían.

Otro par de cabezas azotaron el suelo, para salir rodando hasta llegar al río y, junto a la corriente, viajar.

Los que miraban, discutían ahora sobre cómo debía ser acabada la mujer restante.

Ricardo la miró.

—¿Algo que decir antes de tu muerte?
Ella no dijo nada, y sólo se dedicó a mirarlo, ignorando la presencia de los torturadores que tenía en frente. Ahora, el sir sentía como si el reto de matarla se lo impusiera ella con una mirada de profundos ojos, y sus pensamientos se nublaban ante una confusión frívola y repentina.
—¿Algo que decir, bruja? —repitió.
Pero, de nuevo, no hubo respuesta.
La duda de si el rey estaría de acuerdo por esta matanza se hizo presente como la luna pálida y lenta del momento. Podía ver los rostros de la gente envueltos en llanto y pecado. De pronto, se vio confundido, y, cuando alzó la mirada, aquellos pensamientos chocaron de frente, como el disparo de una flecha rabiosa, contra la mujer.

—Tú... —susurró Ricardo. Ella sonrió.
Había entendido que la real bruja estaba frente a sus ojos. Era posible que al tener la duda de si las otras mujeres fueran brujas o no hubo podido actuar con más libertad al darles muerte, pero ahora que comprendía que tenía a una bruja, no se sentía capaz si quiera de dar sentencia.

—¿Acaso duda, hombre de bien? —preguntó ella. Uno de los carniceros le dio un bofetón en la cara como respuesta.
Ricardo se acercó a ella. Tras separar el cabello del rostro golpeado, parecía ser una mujer joven y sincera. Él se sintió intimidado.

—Aléjense de aquí —ordenó.
—Pero, mi señor... —dudó uno de los carniceros, con el puño ensangrentado.
—¡Aléjense de aquí! —no se discutió más.

Cuando los hombres estaban alejados como para no alcanzar a oír, él la miró a los ojos.
—Entonces será usted —dijo ella, comprendiendo que sería Ricardo quien la mataría.
—Esas imágenes en mi cabeza...fuiste tú.
—Sí, pero no es algo que quisiera hacer a las personas, es la maldición.
Entonces él dejó entrever lágrimas de las cuales no sintió vergüenza alguna.
—Toda mi vida he obedecido órdenes que no entiendo —confesó.
—Lo incorrecto sería no oír a nuestros supremos —respondió ella, y Ricardo asintió.

Unas pequeñas nubes quisieron danzar junto a la luna en el momento aquel. El viento se volvió lento y tibio.
Ricardo tomó una daga que jamás había sido empuñada.
—Dime qué muerte quieres que te propicie.
—Deseo la tortura más larga y lenta, para recordar todo mal que provoqué —dijo ella, levantando su vista y mirando a los ojos al hombre.
Ricardo recordó las palabras de ella y se aferró al dicho de que su mal no era provocado por decisiones propias de ella. Se sintió sumido en la tristeza e ironía, pues decisiones era justamente lo que él tampoco podía tomar frente a los mandatos.

No. No podía darle tal muerte a esta mujer que lo retaba ante los actos que pedía. Si existía el destino tenía que ser aquel ¿qué probabilidades había de que dos personas, que no pudieran decidir, se encontraran en circunstancias como aquellas?

—Te libero de tu maldición, mujer de desgracias erradas.

Empuñó con fuerza la daga y le rajó el cuello. Antes de que la sangre brotara de su piel, ella sonrió como complacida. Y como por primera vez, Ricardo se sintió liberado al ser él un victimario.

Nunca volvería a obedecer a un rey que agonizaba junto a un lecho perdido.

FIN


Imagen: Kyri Koniotis

3 comentarios:

  1. Había escrito un testamento, pero a Blogger le dio la regla y lo hizo desaparecer frente a mis narices.

    En resumidas cuentas, lo siguiente:

    -Tus cuentos parten y terminan bien, pero te pierdes en el desarrollo. Hay mucha información que, si no es irrelevante, podría ser entregada de una manera más efectiva: si el contexto político de tu cuento es clave para entender el conflicto de Ricardo, haz que la presión hable por sus acciones. No pontifiques al respecto.

    -Para ser más efectivo, el cuento debió haber partido después de la última ejecución exitosa. Así habrías tenido tiempo para desarrollar más la relación que, al parecer, hay entre la condenada y su verdugo.

    -Cuidado con palabras como "trámite". Esta última en particular está fuera del contexto medieval de tu relato y se oye torpe.

    -Un consejo que me dio mi profesor de escritura creativa: antes de preocuparte por hilvanar una frase/oración bonita, preocúpate de que sea claro: "pese a ser bosta en el andar". ¿Qué significa eso?

    Con todo, es un gusto leerte y saber que sigues produciendo. Saludos!

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  2. Interesante el relato y, tanto o más, el comentario de Emilio. Ha merecido la pena pasarse por aquí. Un saludo.

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  3. me gusto... no soy tan exquisitos en los detalles, pero me gusto la idea ejejjejeje muy buen aporte en fin eso saludos

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