martes, 4 de agosto de 2015

Taller biblioteca Santiago Benadaba

Ayer terminó el taller de literatura al que comencé a asistir hace ya casi dos meses. ¿Conclusiones? Vale la pena mencionar que el primer día solo hubo una mujer (una señora entrada en edad, la verdad), sin mencionar a la monitora, Daniela. También había un niño de no más de trece años que, según el director de la biblioteca, pasa metido ahí porque le fascina leer, un estudiante de sicología, un vendedor de diarios en un kiosko, un señor llamado Carlos con la cara plana y gestos duros (lo mejor que tenía era su sensual mujer, que se apareció justo el día que terminó el taller), un hombre que sufre de depresión y fue reo durante casi un año -sin mencionar que padece de sida-, un anciano muy simpático ex profesor de castellano y yo. El sicólogo y la señora nunca más volvieron a aparecer, de modo que, de ahí en más, solo fuimos hombres y yo pasé a ser el menor. Se formó un grupo de personas amigables, pero el taller en sí no me estaba trayendo nada nuevo a mi prosa. Digo ésto porque, desde hace un tiempo a ahora, me he convencido cada vez más que los talleres literarios no sirven para nada más que ir a compartir un rato con escritores, a oírse,  conocer aventuras nuevas y lamentos de otros. Pero tu literatura en sí no mejorará más por lo que practicas allí, pues es mucho menos de lo que escribes en casa, encerrado en tu cuarto. Otros, muchos, confunden estos espacios para formar migas con otros individuos -buenas migas-, y a muchos les puede funcionar pero no a mí. Esta veta del escritor solitario es para mí la patente que tengo tatuada; de pronto me desquito con los artistas por considerar no tener amigos, sino conocidos.
 
El otro día hablaba de ésto justamente con una amiga que tengo de España. Comprendió a la perfección, de hecho pensamos parecido, que la definición de amistad es muy profunda para considerar a alguien como tal. Es más, quisimos enviar un reclamo a facebook para que hiciera la distinción entre agregar a "amigos" y a "conocidos", a sabiendas de que yo y ella en la primera categoría no tendríamos a nadie. Y, dicho ésto, me confundí ahora mismo, al principio de éste párrafo al llamarle amiga. Mi conocida de España. Seguro que se le dibuja una sonrisa cuando lea ésto (saludos Irene).

La monitora del taller nos entregó a cada unos libritos hechos del corazón de la artesanía con los relatos escritos cada lunes. Gesto que agradezco. 

No volveré a asistir a un taller. En vez de éso, se me ocurrió que tres de los asistentes al taller de la biblioteca podrían venir a mi casa y comenzar uno yo mismo. Seré más libre, pues podré tomar cerveza y fumar a mi antojo. Quién sabe, quizá solo duren un lunes...


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