Éste lugar es, pese a la cercanía, muy distinto. A la distancia, en dirección al mar, puedo ver las casas blancas que se imponen en lo alto del verde dentro de todo lo verde que son estas montañas y cerros. Los ruidos me resultan ajenos, y me miran como un invasor. Éstas son sombras aun más negras que las que conocí, y el terreno tiende trampas pacientes en el tiempo; trampas que esperan por mí.
Hay un mensaje grabado en dos muros de los que me rodean. Resultan idénticos: tómalo con calma.
El vértigo se apodera de mí. Quizás, sea mi mente planeando trucos. Quizás, no sea truco alguno y fue la advertencia del, todavía, anónimo ladrón. Pero, ¿qué podría llevarse? ¿Una novela del tamaño de un ladrillo escrita por un gringo gordo? ¿La sencilla y nada atractiva libreta donde escribo estas escabrosas líneas? He llegado a la conclusión de que el intruso no es de la ciudad, sino un huaso; un campesino. Quizá, caza conejos. Quizá, ratones. Si no tengo suerte (cosa probable, según el recuento de mi vida) entrará y querrá invadir mi territorio. Territorio que, es importante recalcar, me ve como un forastero.
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